Visitadores amigos,

compañeros de oscuridades

y consumidores de ese gris marengo

que nos ha embargado

el más allá de nuestras narices,

bien recibidos sois en este paréntesis

donde una hebra de luz

está a punto de rasgar vuestras y mis cataratas;

pues que buena andadura os espera por esta isla

que ha dado amparo al penúltimo de los soles,

penúltimo resplandor,

penúltimo prófugo de no sé cuántas,

-por no tener dedos para contarlas-

ciegas derechuras:

negras estafas que crían caspa y mugre en sus entretelas.

 

Visitadores amigos,

dejad la niebla rancia en la puerta,

tantas telarañas de oro del que cagó el moro;

desnudaos del estar y del tener,

regaládselos a la calle de enrobinada plata

de la que cagó la gata,

y,

vestidos de ser

-liviana gasa o mera carne viva-,

en cueros vivos,

entrad por esa puerta;

gozad bajo la cúpula que enarbola la bandera

de lo imposible posible;

gritad luz, luz, más luz,

y ésta,

obediente, penúltima,

os descubrirá cuanto las malas artes del olvido

y tantas carreras sin meta,

ni ramo de flores ni beso,

cubrieron.