La frontera entre el gris

y la luz, el color y el calor,

donde los aduaneros confunden el asfalto

y el ruido ;

una frontera de ventanas y buganvillas,

el final de un túnel que no conoce

otro salvoconducto que tu paso firme

y ese ayuno de luz, color y calor

que casi ha esfumado tus hechuras;

un arco de triunfo que sólo te va a pedir

el recibo de haber puesto a buen recaudo

tus murrias.

Una frontera,

o lo menos parecido a una frontera,

por la que crece esa cúpula

que nos guarda del mal cielo.