Porque un dichoso y vindicador día,

que es hoy,

que debe ser hoy,

que vas a vivir ahora,

compañero visitador y compañero camino,

la opaca ventana de tu reino de pega,

de tu corona de hojalata,

descorrerá sus grises visillos

y te descubrirá,

ahí abajo,

al alcance de tus pasos,

una mondadura en el asfalto,

toda una paleta de azules,

rojos, amarillos y verdes,

que te dibujarán la palabra CIRCO

y un iris en la piel.

 

Ese día de albricias,

este hoy que nadie va a frenar,

tú,

viejo compañero de cadenas malamente doradas,

compañero nuevo en esta manumisión,

bajas las escaleras de tu ceguera recién pintada,

de cuatro en cuatro;

saltas el estrecho que te separa de ese oasis

de luz y de color,

y te ahogas en su remolino de carromatos

que en volandas

te lleva al asiento del redoble,

de sones que encogen el pecho

y ensanchan los labios de oreja a oreja,

donde se apaga el ruido:

el asiento de la penúltima de las utopías,

la que el dos por dos igual a cuatro

nos ha tratado de borrar,

la que proclama que cuatro casi es el infinito.